A sus mascotas estrella, de 320 kilos cada uno, le suman dos leones, un
mono y un perro chihuahua. El Gobierno les pide que entreguen a los
felinos.
Dan chupaba desesperadamente el biberón rosado, manchándose de su
piel rayada, mientras su hermano Tom esperaba pacientemente para darse
un chapuzón en la piscina de la familia.
Fue un día cualquiera para la peculiar familia de Ary Borges, formada
por sus tres hijas, una nieta pequeña y nueve tigres de 320 kilogramos
(700 libras), dos leones, un mono y un perro chihuahua llamado Little.
Pero la familia Borges está trenzada en una batalla legal por no
perder los tigres y funcionarios federales intentan quitárselos. Aunque
Borges tiene licencia para criar a los animales, funcionarios brasileños
dicen que pareó ilegalmente a los felinos, lo que constituye un peligro
para el público.
Borges dice que todo comenzó en 2005, cuando rescató a dos tigres
víctimas de abuso en un circo itinerante. El hombre defiende su derecho a
criar a los animales y dice que les ha dado una mejor vida que en
cualquier otra parte de Brasil.
"Lamentablemente, hay muchos animales que mueren en los parques
zoológicos sin supervisión. Mis animales reciben un trato excelente...
estamos preservando y conservando la especie", afirmó Borges. "Tenemos
un gran equipo de veterinarios, pero nos quieren enjuiciar".
Ibama, la entidad de protección ambiental de Brasil, que también
supervisa la fauna, declinó repetidas solicitudes de comentario para
este despacho.
La entidad ha solicitado a los tribunales que ordenen a Borges que
someta a los tigres a una vasectomía para que no puedan reproducirse,
confiscarle la licencia de cuidador y confiscarle los felinos, Borges
apeló y el asunto está ahora en manos de un tribunal federal.
Nayara Borges, de 20 años y quien creció con los cachorros de tigre
durmiendo con ella en su cama hasta que fueron demasiado grandes, piensa
que si se llevan a los animales no los tratarán debidamente "y nuestra
familia sufrirá de una severa depresión".
Su hermana Uyara, de 23 años, concordó, y dijo que los tigres son parte de la familia después de tantos años con los Borges.
"Al principio les teníamos miedo, pero a medida que pasó el tiempo,
cuando los veíamos todos los días, los alimentábamos y los bañábamos,
comenzamos a quererlos", dijo Uyara. "Nunca pensamos que podíamos vivir
con unos animales tan feroces".
Uyara confía tanto en los tigres que hasta permite que su hija Rayara, de 2 años, se les siente encima.
Pero aparte del amor, expertos cuestionan los esfuerzos de la familia.
"Es una locura", dijo Patty Finch, directora ejecutiva de la
Federación Global de Santuarios para Animales, con sede en Washington.
"Es una situación muy peligrosa, especialmente si hay niños pequeños,
que provocan con facilidad el instinto de casa de un tigre".
Finch dijo que "hay personas que tienen suerte un tiempo, pero tarde o
temprano hay un accidente. Uno nunca sabe qué va a pasar con estos
animales, porque son salvajes".
En vez de promover el bienestar de los animales, dijo Finch, los Borges han hecho lo contrario.
"La cría en cautiverio no ayuda a conservar la especie a menos que se
reproduzcan en su hábitat natural y haya un plan para liberarlos",
dijo. "No se pueden habituar a la gente. Están condenado estos tigres a
una vida en cautiverio".
Pero la familia Borges no quiere saber nada de eso.
Dentro de un terreno con una verja alta donde duermen los tigres,
Borges jugaba con ellos, dándoles fuertes palmadas en los costados y
sonriendo cuando los felinos rugían.
Hasta hoy los animales no han atacado a nadie ni se han escapado.
"Mi padre moriría o se quitaría la vida si se llevan a estos tigres",
dijo Uyara. "Ellos son todo para nosotros, son mis hermanos. Hemos
vivido con ellos día y noche durante ocho años". F: mdzol.com
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